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jeudi 24 janvier 2013

LOS CANTOS DE MALDOROR - Conde de Lautréamont

Segundo Canto                                

10 -  ¡Oh matemáticas severas!, nunca os he olvidado desde que vuestras sabias lecciones, más dulces que la miel, filtraron en mi corazón como agua refrescante; desde la cuna yo aspiraba instintivamente a beber de vuestro manantial más antiguo que el sol, y todavía continuó, yo, el más fiel de vuestros iniciados, hollando el atrio sagrado de vuestro templo solemne. Había cierta vaguedad en mi espíritu, un algo espeso como humo, pero supe escalar religiosamente las gradas que conducen a vuestro altar, y habéis ahuyentado ese velo oscuro del mismo modo que el viento ahuyenta el tablero*. Dejasteis en su lugar una frialdad excesiva, una prudencia consumada y una lógica implacable. Con ayuda de vuestra leche fortificante, mi inteligencia se ha desarrollado rápidamente, adquiriendo proporciones enormes en medio de la estupenda claridad que entregáis como regalo a todos aquellos que os aman con amor sincero. ¡Aritméticas! ¡Álgebra! ¡Geometría! ¡Trinidad grandiosa! ¡Triángulo luminoso! Insensatos son aquellos que os desconocen. Merecerían sufrir los mayores suplicios, pues su negligencia ignorante contiene un ciego desprecio; pero aquel que os conoce y estima no aspira ya a otros bienes en la tierra; se satisface con vuestros goces mágicos, y, transportado en vuestras oscuras alas, sólo desea elevarse en un rápido vuelo que trace una espiral ascendente hacia la bóveda esférica de los cielos. La tierra sólo le ofrece ilusiones y fantasmagorías morales, pero vosotras, ¡oh matemáticas concisas! Por el encadenamiento riguroso de vuestras tenaces proposiciones y la constancia de vuestras leyes férreas, hacéis brillar ante los ojos deslumbrados un reflejo poderoso de esa verdad suprema cuyo rastro se advierte en el orden del universo. Pero el orden que os circunda, representado especialmente por la regularidad perfecta del cuadrado -camarada de Pitágoras- es todavía mayor, pues el Todopoderoso se manifestó completamente, él en persona y sus atributos, en esa labor memorable que consistió en hacer surgir de las entrañas del caos los tesoros de vuestros teoremas y vuestros magníficos esplendores. Tanto en épocas pasadas como en los tiempos modernos, más de una gran imaginación humana sintió cohibido su genio al contemplar vuestras figuras simbólicas trazadas sobre el papel inflamado como otros tantos signos misteriosos que anima un hálito latente, incomprensibles para el vulgo profano, y que no son sino la manifestación resplandeciente de axiomas y de jeroglíficos eternos, que existieron antes del universo, y que persistirán cuando éste deje de ser. Entonces aquélla se pregunta, inclinada sobre el precipicio de un punto de interrogación fatal, por qué las matemáticas contienen tantas grandezas imponentes y tanta verdad irrefutable, en tanto que, al compararlas con el hombre, en éste sólo encuentra mentiras y un orgullo postizo. Entonces ese espíritu superior, al que la noble familiaridad de vuestros consejos hace sentir más aún la insignificancia de la humanidad y su locura incomparable, deja caer, entristecido, su cabeza canosa sobre una mano descarnada, y permanece absorto en meditaciones sobrenaturales. Se hinca de rodillas ante vosotras, y su veneración rinde homenaje a vuestro rostro divino como a la propia imagen del Todopoderoso. En los tiempos de mi infancia, os aparecisteis ante mí una noche de mayo, las tres iguales en gracia y pudor, las tres rebosantes de una majestad de reinas. Disteis algunos pasos hacia mí, con vuestros largos vestidos flotantes como vapor, y me atrajisteis hacia vuestros altivos senos como a un hijo bendecido. Entonces acudí presuroso y mis manos se aferraron a vuestros pechos. Me nutrí, lleno de reconocimiento, de vuestro maná fecundo, y sentí que la humanidad crecía en mí y se volvía mejor. Desde ese momento, ¡oh diosas rivales!, nunca os he abandonado. Desde ese momento, ¡cuántos proyectos pujantes, cuántas inclinaciones que creí haber grabado en las páginas de mi corazón como se graba en el mármol, no han ido borrando lentamente, de mi razón desengañada, las líneas de sus contornos, tal como el alba naciente borra las sombras de la noche! Desde ese momento he visto a la muerte, con la intención evidente de poblar las tumbas, asolar los campos de batalla cebados con carne humana y hacer brotar flores matutinas sobre las fúnebres osamentas. Desde ese momento he asistido a las revoluciones de nuestro globo; los terremotos, los volcanes con su lava abrasadora, el simún del desierto y los naufragios de la tempestad, han tenido en mí un testigo imperturbable. Desde ese momento he visto a muchas generaciones humanas elevar por la mañana sus alas y sus ojos hacia el espacio, con la alegría inexperta de la crisálida que saluda su última metamorfosis, y morir al atardecer, antes de la puesta del sol, con la cabeza inclinada como flores marchitas que oscilan al son quejumbroso del viento. Pero vosotras, vosotras permanecéis siempre idénticas. Ningún cambio, ningún aire pestilente roza las escarpadas peñas y los inmensos valles de vuestra identidad. Vuestras modestas pirámides durarán más que las pirámides de Egipto, hormigueros levantados por la estupidez y la esclavitud. El fin de los siglos verá todavía, de vuestras ecuaciones lacónicas y vuestras líneas esculturales, sentarse a la diestra vengadora del Todopoderoso, en tanto que las estrellas se hundirán con desesperación, como trombas, en la eternidad de una noche horrible y universal, y la humanidad gesticulante pensará en ajustar sus cuentas con el juicio final. Gracias, por los innumerables servicios que me habéis prestado. Gracias, por las extrañas cualidades con que habéis enriquecido mi inteligencia. Sin vosotras, quizás habría** resultado vencido en mi lucha con el hombre. Sin vosotras, me hubiera lacerado las carnes y los huesos con sus pérfidas garras. Pero he estado siempre en guardia como un atleta experimentado. Vosotras me proporcionasteis la frialdad que surge de vuestras concepciones sublimes, exentas de pasión; me serví de ella para rechazar con desdén los placeres efímeros de mi corto viaje, y para alejar de mi puerta los ofrecimientos atrayentes pero engañosos de mis semejantes. Vosotras me proporcionasteis la prudencia tenaz que se descubre a cada paso en vuestros métodos admirables de análisis, de síntesis y de deducción; me serví de ella para malograr los ardides perniciosos de mi enemigo mortal, para atacarlo a mi vez con habilidad, y hundir en las vísceras del hombre un puntiagudo puñal que quedará clavado para siempre en su cuerpo, pues es una herida de la cual nunca se recuperará. Vosotras me proporcionasteis la lógica llena de sabiduría, que es como el alma misma de vuestras enseñanzas; con sus silogismos, cuyo complicado laberinto los hace en realidad más comprensibles, mi inteligencia sintió que se duplicaban sus audaces poderes. Con la ayuda de este terrible auxiliar descubrí en la humanidad, nadando hacia los bajos fondos, frente al arrecife del odio, la maldad negra y horrorosa que vegetaba en medio de miasmas deletéreos, admirándose el ombligo. Fui el primero en descubrir, en la tinieblas de sus entrañas ese vicio funesto, ¡el mal!, que en él supera al bien. Con esa arma emponzoñada que me prestasteis, hice descender de su pedestal, construido por la cobardía del hombre, ¡al Creador mismo! Rechinó los dientes y soportó esta afrenta ignominiosa porque tenía por adversario a alguien más fuerte. Pero lo dejaré a un lado como un ovillo de hilo, con objeto de volar más bajo... El pensador Descartes hacía cierta vez la reflexión de que nada sólido se había edificado sobre vosotras. Era un modo ingenioso de dar a entender que el primer advenedizo no podía sin más ni más, descubrir vuestro inestimable valor. En efecto, ¿hay algo más sólido que las tres cualidades principales ya mencionadas, que se elevan, entrelazadas en una corona única, sobre la cima augusta de vuestra arquitectura colosal? Monumento que crece incesantemente con los diarios descubrimientos en vuestras minas de diamantes y con las exploraciones científicas en vuestros soberbios dominios. ¡Oh santas matemáticas, ojalá pudierais, mediante vuestra perpetua asistencia, consolar el resto de mis días de la maldad del hombre y de la injusticia del Gran Todo!
   
Traducción de Aldo Pellegrini
  
*Tablero: Variedad de petrel con el plumaje en forma de tablero de ajedrez. (N. del T.)
**  "j'aurai été", en el texto original: – habré sido. 



                                                                Tablero

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