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dimanche 14 décembre 2008

ABRIR UN REGALO



Saint-John PERSE - Guadaloupe - 1887



Saint-John Perse's speech at the Nobel Banquet at the City Hall in Stockholm, December 10, 1960




He aceptado para la poesía el homenaje que aquí se le rinde, y tengo prisa por restituírselo.
La poesía no recibe honores a menudo. Pareciera que la disociación entre la obra poética y la actividad de una sociedad sometida a las servidumbres materiales fuera en aumento. Apartamiento aceptado, pero no perseguido por el poeta, y que existiría también para el sabio si no mediasen las aplicaciones prácticas de la ciencia.
Pero ya se trate del sabio o del poeta, lo que aquí pretende honrarse es el pensamiento desinteresado. Que aquí, por lo menos, no sean ya considerados como hermanos enemigos, Pues ambos se plantean idéntico interrogante, al borde de un común abismo; y sólo los modos de investigación difieren.
Cuando consideramos el drama de la ciencia moderna que descubre sus límites racionales hasta en lo absoluto matemático; cuando vemos, en la física, que dos grandes doctrinas fundamentales plantean, una, un principio general de relatividad, otra, un principio “cuántico” de incertidumbre y de indeterminismo que limitaría para siempre la exactitud misma de las medidas físicas; cuando hemos oído que el más grande innovador científico de este siglo, iniciador de la cosmología moderna y garante de la más vasta síntesis intelectual en términos de ecuaciones, invocaba la intuición para que socorriese a lo racional y proclamaba que “la imaginación es el verdadero terreno de la germinación científica”, y hasta reclamaba para el científico los beneficios de una verdadera “visión artística”, ¿no tenemos derecho a considerar que el instrumento poético es tan legítimo como el instrumento lógico?
En verdad, toda creación del espíritu es, ante todo, “poética”, en el sentido propio de la palabra. Y en la equivalencia de las formas sensibles y espirituales, inicialmente se ejerce una misma función para la empresa del sabio y para la del poeta. Entre el pensamiento discursivo y la elipse poética, ¿cuál de los dos va o viene de más lejos? Y de esa noche original en que andan a tientas dos ciegos de nacimiento, el uno equipado con el instrumental científico, el otro asistido solamente por las fulguraciones de la intuición. ¿Cuál es el que sale a flote más pronto y más cargado de breve fosforescencia? Poco importa la respuesta. El misterio es común. Y la gran aventura del espíritu poético no es inferior en nada a las grandes entradas dramáticas de la ciencia moderna. Algunos astrónomos han podido perder el juicio ante la teoría de un universo en expansión; no hay menos expansión en el infinito moral del hombre: ese universo. Por lejos que la ciencia haga retroceder sus fronteras, en toda la extensión del arco de esas fronteras se oirá correr todavía la jauría cazadora del poeta. Pues si la poesía no es, como se ha dicho, “lo real absoluto”, es por cierto la codicia más cercana y la más cercana aprehensión en ese límite extremo de complicidad en que lo real en el poema parece informarse a sí mismo.
Por el pensamiento analógico y simbólico, por la iluminación lejana de la imagen mediadora y por el juego de sus correspondencias, en miles de cadenas de reacciones y de asociaciones extrañas, merced, finalmente, a un lenguaje al que se trasmite el movimiento mismo del ser, el poeta se inviste de una superrealidad que no puede ser la de la ciencia. ¿Puede existir en el hombre una dialéctica más sobrecogedora y que comprometa más al hombre? Cuando los filósofos mismos abandonan el umbral metafísico, acude el poeta para relevar al metafísico; y es entonces la poesía, no la filosofía, la que se revela como la verdadera “hija del asombro”, según la expresión del filósofo antiguo para quien la poesía fue asaz sospechosa.
Pero más que modo de conocimiento, la poesía es, ante todo, un modo de vida, y de vida integral. El poeta existía en el hombre de las cavernas; existirá en el hombre de las edades atómicas: porque es parte irreductible del hombre. De la exigencia poética, que es exigencia espiritual, han nacido las religiones mismas, y por la gracia poética la chispa de lo divino vive para siempre en el sílex humano. Cuando las mitologías se desmoronan, lo divino encuentra en la poesía su refugio; aun tal vez su relevo. Y hasta en el orden social y en lo inmediato humano, cuando las Portadoras de pan del antiguo cortejo dan paso a las Portadoras de antorchas, en la imaginación poética se enciende todavía la alta pasión de los pueblos en busca de claridad.
¡Altivez del hombre en marcha bajo su carga de eternidad! Altivez del hombre en marcha bajo su carga de humanidad -cuando para él se abre un nuevo humanismo-, de universidad real y de integridad psíquica… Fiel a su oficio, que es el de profundizar el misterio mismo del hombre, la poesía moderna se interna en una empresa cuya finalidad es perseguir la plena integración del hombre. No hay nada pítico en esta poesía. Tampoco nada puramente estético. No es arte de embalsamador ni de decorador. No cría perlas de cultivo ni comercia con simulacros ni emblemas, y no podría contentarse con ninguna fiesta musical. Traba alianza en su camino con la belleza –suprema alianza-, pero no hace de ella su fin ni su único alimento. Negándose a disociar el arte de la vida, y el amor del conocimiento, es acción, es pasión, es poder y es renovación que siempre desplaza los lindes. El amor es su hogar, la insumisión su ley, y su lugar está siempre en la anticipación. Nunca quiere ser ausencia ni rechazo.
Nada espera sin embargo de las ventajas del siglo. Atada a su propio destino y libre de toda ideología, se reconoce igual a la vida misma, que nada tiene que justificar de sí mismo. Y con un mismo abrazo, como con una sola y grande estrofa viviente, enlaza al presente todo lo pasado y lo por venir, lo que humano con lo sobrehumano y todo el espacio planetario con el espacio universal. La oscuridad que se le reprocha no proviene de su naturaleza propia, que es la de esclarecer, sino de la noche misma que explora, a la que está consagrada a explorar: la del alma misma y la del misterio que baña al ser humano. Su expresión se ha prohibido siempre la oscuridad y esa expresión no es menos exigente que la de la ciencia.
Ahí, por su adhesión total a lo que existe, el poeta nos enlaza con la permanencia y la unidad del ser. Y su lección es de optimismo. Para él una misma ley de armonía rige el mundo entero de las cosas. Nada puede, ocurrir en ella que, por naturaleza, sobrepuje los límites del hombre. Los peores trastornos de la historia no son sino ritmos de las estaciones en un más vasto ciclo de encadenamientos y de renovaciones. Y las Furias que atraviesan el escenario, con la antorcha en alto, no iluminan sino un instante del muy largo tema que sigue su curso. Las civilizaciones que maduran no mueren de los tormentos de un otoño; no hacen sino transformarse. Sólo la inercia es amenaza. Poeta es aquél que rompe, para nosotros, la costumbre.
Y es así también como el poeta se encuentra ligado, a pesar de él, al acontecer histórico. Y nada le es extraño en el drama de su tiempo. ¡Que diga a todos, claramente, el gusto de vivir este tiempo fuerte! Pues la hora es grande y nueva para recobrarse de nuevo. ¿Y a quién le cederíamos, pues, el honor de nuestro tiempo?... “No temas”, dice la Historia, quitándose un día la máscara de violencia y haciendo con la mano levantada ese ademán conciliador de la Divinidad asiática en el momento más fuerte de su danza destructora. “No temas, ni dudes, pues la duda es estéril y el temor servil. Escucha más bien ese latido rítmico que mi mano en alto imprime, renovadora, a la gran frase humana siempre en vías de creación. No es verdad que la vida pueda renegar de sí misma. Nada viviente procede de la nada, ni de la nada se enamora. Pero tampoco nada guarda forma ni medida bajo el incesante flujo del Ser. La tragedia no finca en la metamorfosis misma. El verdadero drama del siglo está en la distancia que dejamos crecer entre el hombre temporal y el hombre intemporal. El hombre iluminado sobre una vertiente ¿irá acaso a oscurecerse en la otra? Y su maduración forzada, en una comunidad sin comunión, ¿no sería quizá una falsa madurez?...” Al poeta indiviso tócale atestiguar entre nosotros la doble vocación del hombre. Y esto es alzar ante el espíritu un espejo más sensible a sus posibilidades espirituales. Es evocar en el siglo mismo una condición humana más digna del hombre original. Es asociar, en fin, más ampliamente el alma colectiva con la circulación de la energía espiritual en el mundo… Frente a la energía nuclear, la lámpara de arcilla del poeta ¿bastará para este fin? -Sí, si de la arcilla se acuerda el hombre.
Y ya es bastante, para el poeta, ser la mala conciencia de su tiempo.

OPENING OF A PRESENT



Saint-John PERSE - The Guadeloupe Island - 1887



Saint-John Perse's speech at the Nobel Banquet at the City Hall in Stockholm, December 10, 1960
(Translation)



I have accepted in behalf of poetry the honour which has been given to it here and which I am anxious to restore to it. Without you poetry would not often be held in esteem, for there appears to be an increasing dissociation between poetic activity and a society enslaved by materialism. The poet accepts this split, although he has not sought it. It would exist for the scientist as well, were it not for the practical uses of science. But it is the disinterested thought of both scientist and poet that is honoured here. In this place at least let them no longer be considered hostile brothers. For they are exploring the same abyss and it is only in their modes of investigation that they differ.

When one watches the drama of modern science discovering its rational limits in pure mathematics; when one sees in physics two great doctrines posit, the one a general theory of relativity, the other a quantum theory of uncertainty and indeterminism that would limit forever the exactitude even of physical measurements; when one has heard the greatest scientific innovator of this century, the initiator of a modern cosmology that reduces the vastest intellectual synthesis to the terms of an equation, invoke intuition to come to the aid of reason and proclaim that «the imagination is the true seed bed of science», going even so far as to claim for the scientist the benefit of a true artistic vision: is one not justified in considering the tool of poetry as legitimate as that of logic?

In truth, every creation of the mind is first of all «poetic» in the proper sense of the word; and inasmuch as there exists an equivalence between the modes of sensibility and intellect, it is the same function that is exercised initially in the enterprises of the poet and the scientist. Discursive thought or poetic ellipsis - which of these travels to, and returns from, more remote regions? And from that primal night in which two men born blind grope for their ways, the one equipped with the tools of science, the other helped only by the flashes of his imagination, which one returns sooner and more heavily laden with a brief phosphorescence? The answer does not matter. The mystery is common to both. And the great adventure of the poetic mind is in no way secondary to the dramatic advances of modern science. Astronomers have been bewildered by the theory of an expanding universe, but there is no less expansion in the moral infinite of the universe of man. As far as the frontiers of science are pushed back, over the extended arc of these frontiers one will hear the poet's hounds on the chase. For if poetry is not, as has been said, «absolute reality», it comes very close to it, for poetry has a strong longing for, and a deep perception of, reality, situated as it is at that extreme limit of cooperation where the real seems to assume shape in the poem. Through analogy and symbolism, through the remote illuminations of mediating imagery, through the interplay of their correspondences in a thousand chains of reactions and strange associations, and finally, through the grace of a language into which the very rhythm of Being has been translated, the poet invests himself with a surreality that cannot be that of science. Is there among men a more striking dialectic, one that engages them more completely? Since even the philosophers are deserting the threshold of metaphysics, it is the poets's task to retrieve metaphysics; thus poetry, not philosophy, reveals itself as the true «daughter of wonder», according to the words of that ancient philosopher to whom it was most suspect.

But more than a mode of perception, poetry is above all a way of life, of integral life. The poet existed among the cave men; he will exist among men of the atomic age, for he is an inherent part of man. Even religions have been born from the need for poetry, which is a spiritual need, and it is through the grace of poetry that the divine spark lives forever in the human flint. When mythologies vanish, the divine finds refuge and perhaps even continuation in poetry. As in the processions of antiquity the bearers of bread yielded their place to the bearers of torches, so now in the domain of social order and of the immediacies of human need it is the poetic imagination that is still illuminating the lofty passion of peoples in quest of light. Look at man walking proudly under the load of his eternal task; look at him moving along under his burden of humanity, when a new humanism opens before him, fraught with true universality and wholeness of soul. Faithful to its task, which is the exploration of the mystery of man, modern poetry is engaged in an enterprise the pursuit of which concerns the full integration of man. There is nothing Pythian in such poetry. Nor is it purely aesthetic. It is neither the art of the embalmer, nor that of the decorator. It does not breed cultured pearls, nor does it deal in semblances and emblems, and it would not be satisfied by any feast of music. Poetry allies itself with beauty - a supreme union - but never uses it as its ultimate goal or sole nourishment. Refusing to divorce art from life, love from perception, it is action, it is passion, it is power, and always the innovation which extend borders. Love is its hearth-fire, insurrection its law; its place is everywhere, in anticipation. It wants neither to deny nor to keep aloof, it expects no benefits from the advantages of its time. Attached to its own destiny and free from any ideology, it recognizes itself the equal of life, which is its own justification. And with one embrace, like a single great, living strophe, it clasps both past and future in the present, the human with the superhuman planetary space with universal space. The obscurity for which it is reproached pertains not to its own nature, which is to illuminate, but to the night which it explores, the night of the soul and the mystery in which human existence is shrouded. Obscurity is banished from its expression and this expression is no less exacting than that of science.

Thus by his total adherence to that which is, the poet maintains for us a relationship with the permanence and unity of Being. And his lesson is one of optimism. For him the entire world of things is governed by a single law of harmony. Nothing can happen that by nature could exceed the measure of man. The worst upheavals of history are nothing but seasonal rhythms in a much vaster cycle of repetitions and renewals. And the Furies that cross the scene with lifted torches light only a fragment of the long historical process. Ripening civilizations do not die in the throes of one autumn: they merely change. Inertia is the only menace. The poet is the one who breaks through our habits. And in this way the poet finds himself tied to history despite himself. No aspect of the drama of his times is foreign to him. May he give all of us a clear taste of life in this great age. For this is a great and new time calling for a new self-appraisal. And, after all, to whom would we yield the honour of belonging to our age?

«Do not fear», says History, lifting one day her mask of violence, and with her hand making the conciliatory gesture of the Asiatic divinity at the climax of her dance of destruction, «Do not fear nor doubt, for doubt is sterile and fear servile. Listen instead to the rhytmic beat that my high innovating hand imposes on the great human theme in the constant process of creation. It is not true that life can renounce itself. There is nothing living which proceeds from nothingness or yearns for it. But neither does anything ever keep form or measure under the incessant flux of Being. The tragedy lies not in metamorphosis as such. The true drama of the age is in the widening gap between temporal and eternal man. Is man illuminated on one side going to grow dark on the other? And will his forced maturation in a community without communion be nothing but a false maturity?»

It is up to the true poet to bear witness among us to man's double vocation. And that means holding up to his mind a mirror more sensitive to his spiritual possibilities. It means evoking in this our century a human condition more worthy of original man. It means, finally, bringing the collective soul into closer contact with the spiritual energy of the world. In the face of nuclear energy, will the poet's clay lamp suffice for his purpose? Yes, if man remembers the clay.

Thus it is enough for the poet to be the bad conscience of his age.

OUVRIR UN CADEAU



Saint-John PERSE
– La Guadeloupe 1887




Saint-John Perse's speech at the Nobel Banquet at the City Hall in Stockholm, December 10, 1960


J'ai accepté pour la poésie l'hommage qui lui est ici rendu, et que j'ai hâte de lui restituer.
La poésie, sans vous, ne serait pas souvent à l'honneur. C'est que la dissociation semble s'accroître entre l'œuvre poétique et l'activité d'une société soumise aux servitudes matérielles. Ecart accepté, non recherché par le poète, et qui serait le même pour le savant sans les applications pratiques de la science.
Mais du savant comme du poète, c'est la pensée désintéressée que l'on entend honorer ici. Qu'ici du moins ils ne soient plus considérés comme des frères ennemis. Car l'interrogation est la même qu'ils tiennent sur un même abîme, et seuls leurs modes d'investigation différent.
Quand on mesure le drame de la science moderne découvrant jusque dans l'absolu mathématique ses limites rationnelles; quand on voit, en physique, deux grandes doctrines maîtresses poser, l'une un principe général de relativité, l'autre un principe quantique d'incertitude et d'indéterminisme qui limiterait à jamais l'exactitude même des mesures physique; quand on a entendu le plus grand novateur scientifique de ce siècle, initiateur de la cosmologie moderne et répondant de la plus vaste synthèse intellectuelle en termes d'équations, invoquer l'intuition au secours de la raison et proclamer que «l'imagination est le vrai terrain de germination scientifique», allant même jusqu'à réclamer pour le savant le bénéfice d'une véritable «vision artistique» - n'est on pas en droit de tenir l'instrument poétique pour aussi légitime que l'instrument logique?
Au vrai, toute création de l'esprit est d'abord «poétique» au sens propre du mot; et dans l'équivalence des formes sensibles et spirituelles, une même fonction s'exerce, initialement, pour l'entreprise du savant et pour celle du poète. De la pensée discursive ou de l'ellipse poétique, qui va plus loin et de plus loin? Et de cette nuit originelle où tâtonnent deux aveugles-nés, l'un équipé de l'outillage scientifique, l'autre assisté des seules fulgurations de l'intuition, qui donc plus tôt remonte, et plus chargé de brève phosphorescence. La réponse n'importe. Le mystère est commun. Et la grande aventure de l'esprit poétique ne le cède en rien aux ouvertures dramatiques de la science moderne. Des astronomes ont pu s'affoler d'une théorie de l'univers en expansion; il n'est pas moins d'expansion dans l'infini moral de l'homme - cet univers. Aussi loin que la science recule ses frontières, et sur tout l'arc étendu de ces frontières, on entendra courir encore la meute chasseresse du poète. Car si la poésie n'est pas, comme on l'a dit, «le réel absolu», elle en est bien la plus proche convoitise et la plus proche appréhension, à cette limite extrême de complicité où le réel dans le poème semble s'informer lui-même. Par la pensée analogique et symbolique, par l'illumination lointaine de l'image médiatrice, et par le jeu de ses correspondances, sur mille chaînes de réactions et d'associations étrangères, par la grâce enfin d'un langage où se transmet le mouvement même de l'Etre, le poète s'investit d'une surréalité qui ne peut être celle de la science. Est-il chez l'homme plus saisissante dialectique et qui de l'homme engage plus? Lorsque les philosophes eux-mêmes désertent le seuil métaphysique, il advient au poète de relever là le métaphysicien; et c'est la poésie, alors, non la philosophie, qui se révèle la vraie «fille de l'étonnement», selon l'expression du philosophe antique à qui elle fut le plus suspecte.
Mais plus que mode de connaissance, la poésie est d'abord mode de vie - et de vie intégrale. Le poète existait dans l'homme des cavernes, il existera dans l'homme des âges atomiques parce qu'il est part irréductible de l'homme. De l'exigence poétique, exigence spirituelle, sont nées les religions elles-mêmes, et par la grâce poétique, l'étincelle du divin vit à jamais dans le silex humain. Quand les mythologies s'effondrent, c'est dans la poésie que trouve refuge le divin; peut-être même son relais. Et jusque dans l'ordre social et l'immédiat humain, quand les Porteuses de pain de l'antique cortège cèdent le pas aux Porteuses de flambeaux, c'est à l'imagination poétique que s'allume encore la haute passion des peuples en quête de clarté.
Fierté de l'homme en marche sous sa charge d'éternité ! Fierté de l'homme en marche sous son fardeau d'humanité, quand pour lui s'ouvre un humanisme nouveau, d'universalité réelle et d'intégralité psychique ... Fidèle à son office, qui est l'approfondissement même du mystère de l'homme, la poésie moderne s'engage dans une entreprise dont la poursuite intéresse la pleine intégration de l'homme. Il n'est rien de pythique dans une telle poésie. Rien non plus de purement esthétique. Elle n'est point art d'embaumeur ni de décorateur. Elle n'élève point des perles de culture, ne trafique point de simulacres ni d'emblèmes, et d'aucune fête musicale elle ne saurait se contenter. Elle s'allie, dans ses voies, la Beauté, suprême alliance, mais n'en fait point sa fin ni sa seule pâture. Se refusant à dissocier l'art de la vie, ni de l'amour la connaissance, elle est action, elle est passion, elle est puissance, et novation toujours qui déplace les bornes. L'amour est son foyer, l'insoumission sa loi, et son lieu est partout, dans l'anticipation. Elle ne se veut jamais absence ni refus. Elle n'attend rien pourtant des avantages du siècle. Attachée à son propre destin, et libre de toute idéologie, elle se connaît égale à la vie même, qui n'a d'elle-même à justifier. Et c'est d'une même étreinte, comme une seule grande strophe vivante, qu'elle embrasse au présent tout le passé et l'avenir, l'humain avec le surhumain, et tout l'espace planétaire avec l'espace universel. L'obscurité qu'on lui reproche ne tient pas à sa nature propre, qui est d'éclairer, mais à la nuit même qu'elle explore; celle de l'âme elle-même et du mystère où baigne l'être humain. Son expression toujours s'est interdit l'obscur, et cette expression n'est pas moins exigeante que celle de la science.
Ainsi, par son adhésion totale à ce qui est, le poète tient pour nous liaison avec la permanence et l'unité de l'Être. Et sa leçon est d'optimisme. Une même loi d'harmonie régit pour lui le monde entier des choses. Rien n'y peut advenir qui par nature excède la mesure de l'homme. Les pires bouleversements de l'histoire ne sont que rythmes saisonniers dans un plus vaste cycle d'enchaînements et de renouvellements. Et les Furies qui traversent la scène, torche haute, n'éclairent qu'un instant du très long thème en cours. Les civilisations mûrissantes ne meurent point des affres d'un automne, elles ne font que muer. L'inertie seule est menaçante. Poète est celui-là qui rompt pour nous l'accoutumance. Et c'est ainsi que le poète se trouve aussi lié, malgré lui, à l'événement historique. Et rien du drame de son temps ne lui est étranger. Qu' à tous il dise clairement le goût de vivre ce temps fort! Car l'heure est grande et neuve, où se saisir à neuf. Et à qui donc céderions-nous l'honneur de notre temps? ...
«Ne crains pas», dit l'Histoire, levant un jour son masque de violence - et de sa main levée elle fait ce geste conciliant de la Divinité asiatique au plus fort de sa danse destructrice. «Ne crains pas, ni ne doute - car le doute est stérile et la crainte est servile. Ecoute plutôt ce battement rythmique que ma main haute imprime, novatrice, à la grande phrase humaine en voie toujours de création. Il n'est pas vrai que la vie puisse se renier elle-même. Il n'est rien de vivant qui de néant procède, ni de néant s'éprenne. Mais rien non plus ne garde forme ni mesure, sous l'incessant afflux de l'Etre. La tragédie n'est pas dans la métamorphose elle-même. Le vrai drame du siècle est dans l'écart qu'on laisse croître entre l'homme temporel et l'homme intemporel. L'homme éclairé sur un versant va-t-il s'obscurcir sur l'autre. Et sa maturation forcée, dans une communauté sans communion, ne sera-t-elle que fausse maturité? ...»
Au poète indivis d'attester parmi nous la double vocation de l'homme. Et c'est hausser devant l'esprit un miroir plus sensible à ses chances spirituelles. C'est évoquer dans le siècle même une condition humaine plus digne de l'homme originel. C'est associer enfin plus largement l'âme collective à la circulation de l'énergie spirituelle dans le monde ... Face à l'énergie nucléaire, la lampe d'argile du poète suffira-t-elle à son propos? Oui, si d'argile se souvient l'homme.
Et c'est assez, pour le poète, d'être la mauvaise conscience de son temps.