Genio
Es
el afecto y el presente pues ha hecho la casa abierta al invierno
espumoso y al rumor del estío, él, que ha purificado las bebidas y
los alimentos, él, que es el encanto de los lugares huidizos y la
delicia sobrehumana de las estaciones. Es el afecto y el porvenir, la
fuerza y el amor que nosotros, de pie entre las rabias y los hastíos,
vemos pasar por
el cielo de tempestad y por las banderas de éxtasis.
Es
el amor, medida perfecta y reinventada, razón maravillosa e
imprevista, y la eternidad: máquina amada por las cualidades
fatales. Todos nosotros hemos tenido el espanto de su concesión y de
la nuestra.
¡Oh
gozo de nuestra salud, ímpetu de nuestras facultades, afecto egoísta
y pasión por él, él que nos ama en su vida infinita...¡
Y
nosotros lo recordamos y él viaja... y si la Adoración se va,
suena, su promesa suena: “Atrás esas supersticiones, esos antiguos
cuerpos, esas domesticidades y esas edades. ¡Es esta época que ha
zozobrado!”
No
se irá, no bajará otra vez de un cielo, no cumplirá con la
redención de las cóleras de mujeres y de las alegrías de los
hombres y de todo este pecado: eso ya está hecho, siendo él, y
siendo amado.
¡Oh
sus soplos, sus cabezas, sus carreras: la terrible celeridad de la
perfección de las formas y de la acción!
¡Oh
fecundidad del espíritu e inmensidad del universo!
¡Su
cuerpo! ¡El desprendimiento soñado, el rompimiento de la gracia
cruzada por violencia nueva!
¡Su
vista, su vista! todos los arrodillamientos antiguos y las penas
levantados tras su paso.
¡Su
día! la abolición de todos los sufrimientos sonoros y móviles en
la música más intensa.
¡Su
paso! las migraciones más enormes que las antiguas invasiones.
¡Oh
él y nosotros! el orgullo más benévolo que las caridades perdidas.
¡Oh
mundo!
¡y el canto claro de las desdichas nuevas!
Nos
ha conocido a todos y a todos nos ha amado. Sepamos, en esta noche de
invierno, de cabo a cabo, del polo tumultuoso al castillo, de la
multitud a la playa, de mirada a mirada, fuerzas y sentimientos
cansados, llamarlo y verlo, y despedirlo, y bajo las mareas y en lo
alto de los desiertos de nieve, seguir sus miras, sus soplos, su
cuerpo, su día.
ARTHUR
RIMBAUD